Bernardino Izuel: el “loco” y visionario pionero de Villa Atuel, constructor del canal que le llevó casi 20 años

Su historia guionada sería un filme taquillero. El español tenaz que condujo agua al desierto, vio morir en el caudaloso río a su hijo bebé y enfrentó la ruina cuando la tierra y el clima feroz le impedían concretar su proyecto. Logró una gesta de carácter apoteótico, cuando se pudieron irrigar tierras incultas y murió con merecida gloria. Informe especial.

Tenía solo 18 años Bernardino Izuel Giménez cuando pisó suelo argentino. Era 1869 y hasta su pequeño pueblito natal de Canfrán en Aragón, España, habían llegado seguramente las noticias de que Argentina era una tierra próspera, una de las más elegidas por las corrientes migratorias de la época. A Bernardino no lo motivaba venir a Argentina un tema económico. Él había nacido en el seno de una familia sin aprietos financieros, pero sí lo animaba ese espíritu lleno de curiosidad, de desafío por lo desconocido, un espíritu que sería fundamental, aunque lo desconociera a sus 18 años, para no dejarse doblegar a lo largo de su vida por los azotes de la bella e implacable naturaleza. El término El loco Izuel, con el que muchos lo llamaron ya en su adultez en Mendoza, seguramente nada tuvo que ver con una subestimación a su persona. Todo lo contrario, ese loco era casi un sinónimo de admiración por no entregarse ante lo que parecía una causa perdida: ganarle a las condiciones geográficas y climáticas para lograr una tierra fértil en la hoy próspera Villa Atuel, San Rafael. El loco lo logró: tras casi 20 años de trabajo, pudo construir un canal con toma directa al río Atuel. Para ese fin atravesó desgarradoras muertes, la bancarrota, la soledad. Con herramientas sin la tecnología actual, hizo historia a pico y pala en un terreno feroz. En esta nota, su magnífica historia.

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